lunes, 27 de febrero de 2023

La Bandera para protagonizar el país que pensaron nuestros Próceres y Héroes...

 


Por Ernesto Martinchuk 

Consejero Académico electo 


"Trabajé siempre para mi patria poniendo voluntad, no incertidumbre; método no desorden; disciplina, no caos; constancia no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia". Manuel Belgrano


Manuel Belgrano fue designado General en Jefe del Ejército del Alto Perú, en reemplazo de Juan Martín de Pueyrredón el 27 de febrero de 1812 y ese mismo día, crea y enarbola la enseña nacional, al inaugurar las baterías “Libertad” e “Independencia”.  Forma sus tropas sobre la barranca del río Paraná y a las seis y media de la tarde, con los mismos colores que el gobierno designó para la escarapela nacional arenga a sus fuerzas diciéndoles:

Soldados de la Patria: En este punto hemos tenido la gloria de vestir la escarapela nacional que ha designado nuestro Excmo. Gobierno; en aquél, la Batería de la Independencia, nuestras armas aumentarán las suyas. Juremos vencer a los enemigos interiores y exteriores, y la América del Sur será el tempo de la Independencia y de la Libertad.

“En fe de que sí lo juraís, decid conmigo: ¡Viva la Patria!

“Señor Capitán y tropa destinada por la primera vez a la Batería Independencia; id, posesionaos de ella, y cumplid el juramento que acabís de hacer.

Por este juramento se infiere que la Batería “Libertad”, estaba sobre la barranca y la “Independencia” en la isla.

Mientras tanto, el Triunvirato mantiene una actitud vacilante respecto de cualquier proyecto de emancipación. Consintió el uso de una escarapela para los soldados, pero por razones de política externa, reprueba severamente la actitud de Belgrano, considerándola prematura y ordena, en oficio enviado el 3 de marzo, arriar la bandera. Belgrano desconoce la directiva del Poder Ejecutivo e inicia la marcha hacia el norte para hacerse cargo del ejército.

Ya está en San Salvador de Jujuy cuando se cumple un nuevo aniversario de la Revolución de Mayo y para festejarlo, hace bendecir y jurar el pabellón azul-celeste y blanco, en una ceremonia a cargo del canónigo Ignacio Gorriti, con la insignia flameando en todos los balcones del Cabildo, mientras dice a la tropa: “Soldados, el 25 de mayo será para siempre un día memorable en los anales de nuestra historia, y vosotros tendréis un motivo más para recordarlo, cuando, en él por primera vez… veis en mi mano la Bandera Nacional, que ya os distingue de las demás naciones del globo… No olvidéis jamás que vuestra obra es de Dios; que él os ha concedido esta bandera, y que nos manda que la sostengamos”.  

Belgrano es desautorizado nuevamente por el Triunvirato y el 18 de julio le responde que ha recogido la bandera reservándose para el día de una gran victoria. El 13 de febrero de 1813, con el triunfo de Tucumán el prócer enarbola nuevamente la bandera de la Patria, aunque recién el 25 de julio de 1816, se aprueba oficialmente, con carácter de pabellón nacional.

El 8 de junio de 1938, el gobierno nacional decidió que el aniversario de la muerte de Belgrano se transformara en el “Día Nacional de la Bandera”. La instauración de esa nueva efemérides fue un paso más en la consolidación de una identidad argentina, impulsada desde fines del siglo XIX por el Estado, a través de la escuela pública. Los hijos de los inmigrantes provenientes de países muy diversos se reconocieron como miembros de una misma comunidad, representada por los colores de la bandera.

La Bandera fue creada por Manuel Belgrano, comandante el Ejército de Norte, para distinguir a las tropas del gobierno de Buenos Aires de las tropas delegadas por el virrey del Perú en el frente de combate que enfrentaba a unas y otras y que se extendía en el centro-sur del Altiplano, en las zonas que ahora ocupan Bolivia y el Noroeste argentino.

 

Belgrano eligió los colores heráldicos de los Borbones, el azul cielo, el blanco que vemos en las bandas sobre el pecho de los monarcas españoles en sus retratos oficiales desde Carlos III hasta Fernando VII. Recordemos que el movimiento porteño pretendía, aún en 1812, actuar en nombre y defensa de los intereses del rey Borbón, cautivo de los franceses.

 

La guerra siempre fue el motor en los procesos de adopción de banderas y escudos. Basta recordar que en tiempos del feudalismo, las enseñas y las armas distinguían a los linajes nobiliarios que participaban en combates junto a los primeros monarcas de Europa. Es así que, a partir de la guerra de los Treinta Años, en el siglo XVII, esas insignias se redujeron para simbolizar a los ejércitos de las naciones. La lucha social internacional que desencadenó la Revolución Francesa fue la última etapa de creación de pabellones que identificarán a las naciones tanto en la guerra como en la paz.

 

LOS COLORES DE LA BANDERA

El acopio documental que se ha realizado sobre los orígenes de los colores y la distribución de los mismos en la bandera enarbolada por Manuel Belgrano el 27 de febrero de 1812 ha sido tema de numerosos trabajos realizados con verdadero criterio científico; sin embargo, dichos testimonios no han permitido dilucidar el secreto que cubre a la elección de nuestros colores patrios.

Bartolomé Mitre sostiene que los colores azul celeste y blanco debieron ser adoptados: “… en señal de fidelidad al rey de España, Carlos III… La cruz de esta orden es esmaltada de blanco y celeste, colores de la Inmaculada Concepción de la Virgen, según el simbolismo de la Iglesia”. Es decir, dichos colores fueron los distintivos de los Borbones, la casa reinante española.

El pabellón real, signo de la monarquía, sigue utilizándose después del 25 de mayo de 1810. Incluso, los primeros ejércitos de la Patria que marchaban hacia el Alto Perú y al Paraguay, lo hacían bajo la insignia española, roja y gualda.

Por otra parte, muchos historiadores aseguran que los colores celeste y blanco, fueron los distintivos de los jóvenes morenistas, decididos a la emancipación, que actuaron durante los acontecimientos de 1810.

En un oficio del 13 de febrero de 1812, antes de fijarse la escarapela nacional, Belgrano con el fin de unificar los distintivos, algunas de nuestras tropas usaban ya los colores azul celeste y blanco: “… de que había en el Ejército de la Patria cuerpos que llevaban la escarapela celeste y blanca”, y él no la había adoptado para sus soldados “… hasta que viendo las consecuencias de una diversidad tan grande, exigí a E.E. la declaración respectiva”.

Cabe consignar que el primer contingente de 1500 hombres enviado por acuerdo del 25 de mayo de 1810, llevaba en sus sombreros, la cocarda española roja y amarilla y Rivadavia envía a Belgrano para sustituir a la blanca y celeste enarbolada en Rosario, era a tres franjas horizontales, rojas las externas y gualda la del centro. No era la usada por las tropas españolas, sino la que correspondía a una jurisdicción marítima e impuesta por Carlos III en 1785, como insignia naval a los buques de la Armada.

En junio de 1812, tras la representación en Buenos Aires de la obra de Voltaire “Alcira”, aparece en escena el genio de la independencia americana, llevando los colores celeste y blanco como emblema. También, según menciona Juan Manuel Beruti en sus “Memorias curiosas”, mientras se festejaba el descubrimiento de la conjura de Alzaga, el 23 de agosto de 1812, se adornó la torre de la iglesia de San Nicolás con siete banderas celestes y blancas.

Mientras tanto, después del triunfo de la Batalla de Tucumán y el juramento dispuesto por Belgrano, recién el 5 de octubre por la tarde, al conocerse la noticia, se arría la bandera roja y gualda del Fuerte y se iza un gallardete celeste y blanco, quedando bajo la enseña española.

Finalmente, el coronel Luis Beruti, hace izar por primera vez el 17 de abril de 1815 en el Fuerte de Buenos Aires la bandera de la Patria, celeste y blanca.

CONFECCIÓN DE LA PRIMERA BANDERA

Según la tradición rosarina, la bandera fue confeccionada por Doña María Catalina Echevarría de Vidal, hermana de Vicente Anastasio Echevarría, compañero de Belgrano en la misión diplomática al Paraguay y notable personalidad de la villa. María Catalina Echevarría nació en Rosario el 1° de abril de 1782. Fue hija de Fermín de Echevarría (vizcaíno) y de Tomasa Acevedo (rosarina); fallecidos cuando era niña. La adoptó el matrimonio formado por Pedro Tuella y Monpesar (comerciante español afincado en Rosario) y Ana Nicolasa Costey (montevideana).

El 26 de septiembre de 1810 se casó con Juan Manuel Vidal y Lucena y tuvieron cuatro hijos: Natalia, Josefa, Pedro y Manuela. Su hermano, el Dr. Vicente Anastasio Echevarría, gran amigo de Belgrano participó del Cabildo Abierto de 1810, fue armador del corsario Bouchard, diplomático y desempeñó otros cargos de importancia.

En febrero de 1812 María Catalina Echevarría tenía 29 años y se presume que Belgrano se alojó en su casa.

Cuidó de sus padres adoptivos hasta su muerte y luego se afincó en la localidad de San Lorenzo. Falleció el 18 de julio de 1866 y se le inhumó en la iglesia del Convento de San Carlos.

La Bandera fue bendecida por el párroco Julián Navarro e izada por Cosme Maciel. Este acontecimiento, ocurrido en las barrancas del Paraná, es generalmente tomado en el ámbito educativo como un caso cerrado, pues el efectivo sostenimiento de la mitología, dentro de la construcción de un imaginario nacional, así lo requiere. De ahí la existencia de varios cuadros que presentan esta escena inaugural, y muchos otros en los que participa Belgrano, en donde se ve flamear la celeste y blanca que hoy homenajeamos. Estas obras, manifestaciones del poder central, ocultan que hay una fuerte discusión al respecto. Son elementos de adoctrinamiento, que hacen referencia a una historia lineal perfecta desde el comienzo hasta la instalación definitiva del poder centralizado en Buenos Aires.

Rosario en aquel tiempo contaba con una población de 758 habitantes. Blancos 83%, negros y mestizos 16% y 1% de originarios. En cuanto al sexo: 57% eran mujeres y el 43% hombres, cuyo estado civil era: 69% solteros, 25% casados y 6% viudos. En cuanto a las edades: menores de 20 años, 47%. De 20 a 50 años: 42% y mayores de 50 años el 11%. En promedio la esperanza de vida era de 40 años.

Las ocupaciones se distribuían entre albañiles, barberos, carniceros, carpinteros, comerciantes, domadores, empleados, escribanos, hacendados, sastres, herreros, isleños, jaboneros, maestros, molineros, plateros, pulperos, peones, sacerdotes y sirvientes.

Las actividades sociales se dividían entre los festejos familiares y religiosos, las cuadreras, el juego de la sortija, el pato, los naipes, la riña de gallos, la taba, los dados y los baños en el río.

 LOS COLORES EN LAS PRIMERAS BANDERAS DE LA PATRIA

La disposición de los colores en nuestra bandera ha sido motivo de estudios de notables historiadores, sin embargo, solo se puede aludir a conjeturas, muchas coincidentes en determinados puntos esenciales. Existe una clara distinción entre las banderas que flamearon en Buenos Aires y el Litoral y las del interior, inspiradas en la original de Belgrano.

El creador de la bandera había empeñado por entero su espíritu y acción a la causa americana; lo demuestran los nombres de “Libertad” e “Independencia”, que elige para las baterías y la enseña nacional, símbolo de soberanía y libertad, que hace flamear en nuestro suelo gracias a su férrea voluntad, antes de que el gobierno patrio adopte una resolución en tal sentido.

Se conjugan varios elementos de juicio para sostener que la primera bandera argentina constaba de dos paños, o sea dos franjas blanca y celeste, dispuestas verticalmente y unidas al asta por la de color blanco. Esta distribución primitiva habría sido mantenida por el general Belgrano hasta retirarse del Ejército Auxiliar del Perú.

Por otra parte, también fue de sólo dos paños la diseñada en dos cuadros de Manuel Belgrano realizados en Londres, presumiblemente por el pintor francés C. Charbonnier. Sin embargo, tanto Julio Arturo Benencia como Mario Quartaruolo, estiman que, en este caso las franjas ya no eran verticales como las de la bandera de Rosario, sino dispuestas horizontalmente. A todo esto, Mario Belgrano señala, respecto al óleo de 1815: “… En esa escena se ve un jinete llevando una bandera de dos franjas horizontales, la superior blanca y la inferior azul celeste. No deja de llamar la atención esta disposición de los colores, que todo permite suponer fue hecha por indicación del propio general, pues no hay que olvidar que se trata de un retrato del natural”.

Por su parte, Benencia observa: “En la penumbra el óleo, sobre el lado izquierdo dos tropas combaten y una de las fracciones, la patriota, mantiene el campo con la bandera de dos franjas tendidas: blanca la de arriba y azul celeste la otra: conducida por un abanderado”.

Debemos recordar que a dos franjas verticales es realizada la bandera del Ejército de los Andes; muy probablemente, debido a que José de San Martín no olvida la forma de la bandera que le ha legado Belgrano, por la que debe decidirse ante la carencia de suficiente paño celeste como para hacerla confeccionar de tres franjas, según lo había dispuesto el Congreso de Tucumán el 25 de julio de 1816: “Elevadas las Provincias Unidas en Sud-América al rango de una Nación, después de la declaratoria solemne de su independencia, será su peculiar distintivo la bandera celeste y blanca de que se ha usado hasta el presente, y se usará en lo sucesivo en los ejércitos, buques y fortalezas, en clase de bandera menor, ínterin decretado al término de las presentes discusiones la forma de gobierno más conveniente al territorio que fijen conforme a ellos los jeroglíficos de la bandera nacional mayor”.

San Martín, sin embargo, modifica esencialmente el modelo propuesto por el gobierno, ya que la bandera de su ejército es provista de atributos, aludiendo a un sistema político y dejando de ser un pabellón liso, una “bandera menor”.

Volviendo a la primitiva bandera enarbolada el 27 de febrero de 1812, en oposición a lo que se ha afirmado tradicionalmente, no habría acompañado al prócer cuando el día 2 de marzo debió partir hacia el Norte.

Quartaryuolo, hace esa advertencia al estudiar las circunstancias del momento. Reitera el concepto que se desprende de la comunicación que hace Belgrano al gobierno, el 18 de julio, dando las razones que lo determinan a enarbolar la bandera celeste y blanca y de haber ignorado lo ordenado por el Triunvirato, “que se remitiría al comandante del Rosario, y la obedecería, como yo lo hubiera hecho, si la hubiere recibido”. Entonces, si la bandera no hubiese continuado siendo usada en Rosario, dice el autor, la orden de su retiro habría carecido de efecto. Tampoco la premura de su partida le habría posibilitado confeccionar una nueva bandera.

Aquella original, y la segunda que hizo bendecir en Jujuy el 25 de mayo de 1812, están entre las numerosas banderas de la Patria pérdidas. No habría tampoco razones suficientes como para apoyar la idea sostenida por Augusto Fernández Díaz, al afirmar que las banderas descubiertas en 1883, en el curato de Macha, en Bolivia, fueron las de guerra, abandonadas después de la batalla de Ayohuma, porque Belgrano jamás abandonaría su bandera. Ni se identificaría a ninguna de ellas con la primitiva de Rosario. Se sostiene entonces, que la bandera que Belgrano hace confeccionar al hacerse cargo del Ejército Auxiliar del Perú, es como la primera, a dos franjas verticalesblanca y celeste, con el paño blanco unido al asta. Al igual que la utilizada en Salta para festejar el tercer aniversario de la Revolución de Mayo, según se deduce de esa descripción que hace de aquella el gobernador intendente Dn. Feliciano Antonio Chiclana: “Es el nuevo estandarte de color celeste y blanco con cordones, borlas y aparejos del mismo color: por un costado –la faja inferior- se ven las armas del Estado… y por la parte superior –la faja superior- un sol naciente con esta inscripción en toda la circunferencia: “Soberana Asamblea General de las Provincias Unidas del Río de la Plata”. Por el otro, se advierten las aras de la ciudad… Alrededor de éstas armas y de todo el estandarte le hermosea por ambas fases un lúcido tejido de oro y plata”.

En la precisa descripción, no pudo haber omitido hacer referencia a la tercera franja celeste si la hubiese tenido. Y de esta forma, a dos paños blanco y celeste, son las banderas que se enarbolan en el interior del país, centro, norte y Chaco, entre los años 1812 y 1814.

En Buenos Aires y el Litoral, mientras tanto, a partir de mediados de 1813, las banderas varían de forma. Recién a comienzos de 1814, se crea por el artículo tercero de la “Reforma de Estatuto Provisorio del Supremo Gobierno”, la banda direccional con tres franjas. Otro testimonio que lo corrobora, es el oficio del 16 de octubre de 1813, del gobernador militar de la plaza sitiada en Montevideo, Gaspar de Vigodet, al Ministro de Estado español y al encargado de negocios de España en Río de Janeiro: “Los rebeldes de Buenos Aires han enarbolado un pabellón con dos listas azul celeste a las orillas y una blanca en el medio, y han acuñado moneda con el lema “Provincias del Río de la Plata en unión y libertadAsí se han quitado de una vez la máscara con que cubrieron su bastardía desde el principio de la insurrección…”

Pero también se observan alteraciones, como lo indica la acuarela del pintor británico Emeric Essex Vidal que, en 1817, reproduciendo desde el río una vista del fuerte de Buenos Aires, de setiembre de 1816, la franja blanca central del pabellón de la fortaleza es más ancha que las celestes laterales.

Por otra parte, los historiadores navales insisten con la afirmación de que en 1814, en las naves de la escuadra al mando de Guillermo Brown, flameó el emblema nacional celeste y blanco, a tres franjas laterales.

Por último, citaremos la resolución oficial de 1818, respecto a la bandera de guerra y a la de los barcos mercantes: “Por disposición del Soberano Congreso se ha dispuesto que la bandera de guerra nacional se componga de tres tiras horizontales, la de en medio blanca, ocupando una mitad, y la alta y la baja azules, esto es del cuarto de la anchura, con un sol en la línea del medio; la de los buques mercantes lo mismo, sin sol”.

LA MÁS ANTIGUA

A diferencia de las otras capitales provinciales, en Jujuy el fervor patrio se puede prolongar durante todo el año, porque en su Casa de Gobierno se custodia y exhibe con orgullo la bandera más antigua del país, o para ser más preciso, la bandera argentina más antigua que se haya conservado.

Aunque la ciudad tiene muchos otros atractivos, el Salón de la Bandera es “la visita” que hay que realizar en Jujuy, también por el mobiliario y la colección de banderas provinciales que acompañan la reliquia principal. Está en la Casa de Gobierno uno de los mayores edificios urbanos, cuya elegante fachada francesa domina la plaza Belgrano. El edificio parece trasplantado desde el siglo del clasicismo francés a las puertas de la Puna... Además, lo custodian alegorías de la escultora Lola Mora, estatuas que simbolizan los valores de la República, del Progreso y de la Justicia.

En el primer piso, con una vista sobre la plaza que se prolonga hacia el valle y las montañas que rodean la ciudad, el Salón de la Bandera se muestra más clásico todavía: aquí todo está ricamente recargado para darle un marco lo más imponente posible a la bandera que Manuel Belgrano donó al Cabildo de Jujuy el 25 de mayo 1813. La bandera está en una punta de la sala, enfrente de un escudo que Belgrano mandó pintar para una escuela.

Llama la atención, sin embargo, su color blanco: y aquí la pequeña historia se entrelaza con la grande para ofrecer una explicación a esta falta de celeste en la venerable enseña. Es que no se encontró tela celeste en toda la ciudad en aquel ya lejano 1812, cuando Jujuy se preparaba para vivir una de las páginas más negras de su historia, la del Éxodo, y por lo tanto para completar los colores y suplir la escasez se tiñó seda blanca. Antes de ser exhibida y protegida en el Salón de la Casa de Gobierno, la bandera estuvo guardada durante décadas en la Catedral de la ciudad, de donde se la sacaba en fiestas patrias: así fue perdiendo el color celeste, y quedó con el color blanquecino que se ve hoy.

EL ENIGMA

Se ha escrito mucho sobre cuál fue la verdadera distribución de los colores de la primera enseña. Existen distintas teorías, todas dignas de respeto, pero ninguna que aclare definitivamente la incógnita. Hay quienes afirman que la bandera enarbolada en Rosario fue blanca, celeste y blanca, con franjas distribuidas en forma horizontal, como la hallada en Macha, y que el pabellón enviado por el gobierno para que la sustituyese fue celeste, blanco y celeste, conforme a la enseña actual y a los colores de la Casa de Borbón. Otros señalan que fue celeste y blanca, en dos paños colocados verticalmente. Por otra parte, otros sostienen que fue confeccionada en dos franjas horizontales, una celeste y la otra blanca. Por otra parte, hay quienes aseguran que la bandera que flameó en Rosario tuvo los mismos colores y distribución que la actual.

 

Lo más atinado es atenerse tanto a la circular enviada por el Triunvirato a los gobiernos de las provincias y jefes militares con respecto a la escarapela nacional, “de dos colores blanco y azul celeste (20 de febrero de 1812), o al texto de la comunicación de Belgrano, siempre estricto al expresarse con precisión y claridad: “la mandé hacer blanca y celeste”. Es decir, de dos franjas.

 

Sea como sea, lo importante fue el gesto de Belgrano de levantar un nuevo emblema que distinguiese a las huestes patriotas de las realistas y expresase el propósito de alcanzar la independencia.

 

Los conflictos internos hicieron proliferar las banderas provinciales, que se levantaban contra el poder de Buenos Aires. Desde 1862, la bandera nacional azul, blanca y azul tiende a generalizarse y a uniformarse, mientras que las banderas provinciales van desapareciendo, o suavizando su tenor frente al centralismo albiceleste.

 

En 1884, por decreto del Presidente Julio Argentino Roca, la bandera mayor o de guerra pasa a ser usada también para los edificios del gobierno, convirtiéndose, de hecho, en la bandera y pabellón de estado y bandera de guerra en tierra y mar, y la bandera sin el sol aún puede izarse como bandera oficial de la nación.

 

Para glorificar la bandera como corresponde, el 8 de junio de 1938 el Congreso sancionó una ley que fijaba como Día de la Bandera el 20 de junio, aniversario de la muerte de su creador, Manuel Belgrano.

 

Hoy, después de tanto dolor por las luchas intestinas, la bandera Nacional es el símbolo que debe unir a los habitantes de la nación, lo que significa que todos somos iguales bajo sus colores. Sin embargo, desde los tiempos de Belgrano, la historia del país ha mostrado lo contrario, pues las diferencias entre las provincias ricas, las pobres, las afines al poder centralizado y las disidentes, ponen en evidencia la dificultad de construir un país auténticamente federal. Sólo cuando el signo de la bandera se cumpla, el legado de Belgrano será posible, y éste será un país verdaderamente inclusivo.

 

Bandera argentina. Bandera idolatrada, guardada, escondida, imitada por varias naciones, también  manipulada,  manchada de sangre, utilizada por las dictaduras y los gobiernos populistas, manta de cada muchacho argentino que peleo por Malvinas, convertida en camisetas y pasiones deportivas, presente en los altares, los juzgados, las escuelas, los desfiles, pintada por los niños en los cuadernos, en la cara de los hinchas, dibujada por los estudiantes, llorada por los viejos, en el corazón de los exiliados, en todas las selecciones nacionales, en las calles, en los balcones, en los edificios públicos, en las ventanas, los barcos, los aviones, fileteada en camiones, colectivos, taxis,  carruajes, flameando en las casitas humildes, de plástico o tela, la bandera argentina, debe estar en todas partes.

 

Es una de las pocas mujeres con monumento propio, convertida en música, pañuelo, banderín, industria argentina, memoria, tango, rock o nostalgia del viajero, cumple años. Como es de tela, es necesario cuidarla, porque se deshilacha, y con el tiempo pierde color, cuerpo y belleza. Es tan peligroso desconfiar de los símbolos, como adorarlos o vaciarlos de sentido, es necesario un compromiso personal, de cada argentino, sin falsos patriotismo. Nosotros, Patria, Pueblo, identidad, diversidad, Argentina. Todos bajo los colores de una misma Bandera para protagonizar el país que pensaron nuestros próceres y héroes...

lunes, 20 de febrero de 2023

En homenje a la gesta belgrananiana de la gloriosa Batalla de Salta



Por Ernesto Martinchuk

Consejero Académico electo


Los que están lejos de las balas, y no ven la sangre de sus hermanos…”

A 210 años de la Batalla de Salta


Febrero es una estación de copiosas lluvias en el norte argentino. Lo que aún queda del ejército realista, después de una fatigosa marcha, se atrinchera en Salta a la espera de refuerzos que debe enviarle el general en jefe del Alto Perú, José Manuel de Goyeneche.

Mientras tanto, el abogado porteño, Manuel Belgrano, convertido en general, ha enviado emisarios al Perú para extender la revolución por un lado y mantenerse en contacto con el jefe realista. A todo esto, el gobierno le envía como refuerzos a los regimientos de infantería 1 y 2, y la orden de iniciar una ofensiva hasta las proximidades del río Desaguadero, en el Alto Perú (actual Bolivia), desalojando al general Pío Tristán de Salta. Belgrano logra reunir una fuerza de 3.000 hombres, pertrechados con armas, uniformes y dinero, con lo cual se dispone a reiniciar la campaña. El 12 de enero, comienza su avance hacia el norte y a principios de febrero se une a la vanguardia a orillas del río Pasaje, que ha sido señalado como punto de concentración del ejército. Tres días le llevará el paso del río por las frecuentes lluvias de la estación y las crecidas que dificultan el traslado de todo el material y los animales. Una vez en la ribera, el 13 de febrero, forma a su ejército, enarbola por tercera vez la bandera bicolor que ha creado y hace jurar a los cuadros militares obediencia a la Asamblea General Constituyente, reunida en Buenos Aires. Después de tan emotiva ceremonia, manda a grabar sobre un tronco de árbol que se llamará en lo sucesivo “Río Juramento”.

Al día siguiente, rumbo a Salta, en Cobos, una patrulla sorprende a una partida realista. Algunos de los que pueden escapar informan lo sucedido a Tristán, pero éste considera que la estación lluviosa no es propicia para abrir la campaña, y desestima el hecho, considerándolo una escaramuza aislada.

Los servicios del baqueano José Apolinario Saravia, “Chocolate”, sirvieron de guía a Belgrano por la quebrada de Chachapoyas. Difícil, angosta y de noche, bajo una lluvia torrencial logra una magnífica posición el 18 de febrero. El general Belgrano ya tenía distintos problemas de salud, sin embargo llegó a la finca de Castañares abriendo caminos y dejando distintas enseñanzas, con una profunda humildad, a los habitantes del lugar. Está a menos de tres leguas de Salta, en condiciones de atacar al enemigo por la retaguardia. Con esa operación cierra las comunicaciones a Jujuy y le corta la retirada al ejército español. Además, para distraer al enemigo, hace que su vanguardia siga hacia el Portezuelo. Cuando Tristán advierte que tiene el grueso del ejército patriota a sus espaldas, traslada sus fuerzas hasta cubrir la ciudad, dando frente al norte, donde Belgrano ha destacado su ejército.

El 20 de febrero, a las once de la mañana, Belgrano comienza a mover sus tropas hacia la ciudad de Salta, donde el enemigo tiene mayores posibilidades de triunfo. Con mayor cantidad de hombres, jefes veteranos y mejor armados, los realistas esperan. Sin embargo, los efectivos patriotas logran quebrar la tenaz resistencia enemiga. Como último recurso Tristán intenta reunir sus fuerzas en el centro de la ciudad, donde preparó numerosas trincheras y empalizadas, pero todo es inútil. Por la tarde, se ajustan los términos de la capitulación.

La lucha fue encarnizada, perdieron la vida casi 600 hombres y otros tantos fueron heridos. Todos los muertos quedan sepultados en una fosa común en el campo de Castañares, bajo una cruz de madera con una sencilla leyenda: “Aquí yacen los vencedores y vencidos del 20 de febrero de 1813”.

Los vencidos dejan en el campo de batalla 481 muertos, 114 heridos, 2.776 rendidos, entre ellos 95 oficiales. Numerosas armas: 10 piezas de artillería, 2.188 fusiles, 200 espadas, pistolas, carabinas y pertrechos. Las filas de Belgrano suman 113 muertos y casi 500 heridos.

El enemigo entregará sus armas y pertrechos, obligado por juramento, desde el general en jefe hasta el último tambor, a no tomar las armas contra las Provincias Unidas del Río de la Plata, comprendiendo a Charcas, Potosí, Cochabamba y La Paz. Goyeneche dejará en libertad a los patriotas prisioneros que tiene en su poder y Belgrano hará lo mismo con los realistas y permitirá a la guarnición de Jujuy retirarse sin armas. Belgrano alienta la esperanza de inspirar en los vencidos el espíritu de la Revolución, aunque muchos de ellos no respetaran su juramento.

Militarmente, el ejército realista sufre un rudo golpe. Goyeneche, desde Potosí, repliega su poderoso ejército hacia Oruro.

El 3 de marzo de 1813, durante una tranquila tarde que se ve alterada por una salva de artillería y el repique de campanas, se anuncia a los vecinos de Buenos Airesla victoria de Salta.

El gobierno no acepta con agrado la capitulación hecha por Tristán y estima que Belgrano debía haber avanzado sin dilación hasta Potosí, por lo que Belgrano le escribe a Chiclana:

Siempre se divierten los que están lejos de las balas, y no ven la sangre de sus hermanos, ni oyen los clamores de los infelices heridos; también son esos los que más a propósito para criticar las determinaciones de los jefes: por fortuna dan conmigo que me río de ellos, y hago lo que me dicta la razón, la justicia y la prudencia y no busco glorias, sino la unión de los americanos y la prosperidad de la patria”.

La Asamblea General Constituyente, decide premiar a los vencedores declarándolos “Beneméritos en Alto Grado” y entregándoles un escudo de oro, plata y paño respectivamente. El mismo está orlado de palma y laurel, encerrando la inscripción: “La Patria a los vencedores de Salta”.  Para el general Belgrano, un sable con guarnición de oro y en la hoja grabado: “La Asamblea Constituyente al Benemérito General Belgrano”, además “la donación en toda propiedad de la cantidad de cuarenta mil pesos señalados en valor de fincas pertenecientes al Estado”.

Al tomar conocimiento de esta actitud el general Belgrano escribe al gobierno el 31 de marzo, con el fin de que la suma otorgada, se destine a la creación de cuatro escuelas públicas de primeras letras, en Tarija, Jujuy, Tucumán y Santiago del Estero, la última se inauguró 191 años después…  Si bien se siente honrado con aquella consideración, hace una serie de reflexiones, guiado, como siempre, por su interés por el bien público:

… nada hay más despreciable para el hombre de bien, para el verdadero patriota que merece la confianza de sus conciudadanos en el manejo de los negocios públicos que el dinero o las riquezas, que éstas son un escollo de la virtud, y que adjudicadas en premio, no sólo son capaces de excitar la avaricia de los demás, haciendo que por principal objeto de sus acciones subroguen bienestar particular al interés público, sino que también parecen dirigirse a lisonjear una pasión seguramente abominable en el agraciado…”

El gobierno acepta el generoso ofrecimiento y Belgrano remite como lo ha prometido, el reglamento que debe regir a las cuatro escuelas y en uno de sus artículos enaltece la misión del maestro diciendo:

“… procurará con su conducta… inspirar a sus alumnos amor al orden, respeto a la religión, moderación y dulzura en el trato, sentimientos de honor, amor a la virtud y a las ciencias, despego del interés, desprecio a todo lo que diga a profusión y lujo en el comer, vestir y demás necesidades de la vida, y un espíritu nacional, que les haga preferir el bien público al privado, y estimular en más la calidad de americano que la de extranjero”.

viernes, 17 de febrero de 2023

Senderos Históricos

Por Ernesto Martinchuk, 

Consejero Académico electo


Un breve recorrido virtual, -inspirado para docentes, estudiantes y turistas- por las calles de tierra de la colonia de principios del siglo XIX, descubriendo lugares, datos, actividades y algunos de los protagonistas de nuestra historia.

¿Dónde nació, vivió, trabajó y murió Manuel Belgrano? ¿Dónde se imprimieron los primeros periódicos? ¿Dónde estaban las tropas que defendieron a la colonia durante las invasiones inglesas? ¿Dónde están las banderas capturadas a los enemigos? ¿Dónde vivían Castelli, Liniers, Moreno o Rivadavia? ¿Cómo era la vida en la colonia? ¿Qué actividades se desarrollaban? ¿Cuál fue la primera librería del país? ¿Cómo se llamaban las calles en esa época y ahora? ¿Dónde se cantó el Himno Nacional Argentino por primera vez? ¿Cuántos nombres tuvo la actual Plaza de Mayo? ¿Dónde estudiaron y dónde se reunían los Patriotas que protagonizaron el 25 de mayo de 1810? ¿Cuáles son las iglesias más antiguas del casco histórico? ¿Dónde contrajo enlace José de San Martín?...

Todo, acompañado por los sonidos que hacían a la vida cotidiana en la colonia.

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viernes, 10 de febrero de 2023

Belgrano traductor de Washington

 


Por Ernesto Martinchuk *

Pocos días antes de la Batalla de Salta (20-2-1813), Manuel Belgrano traduce la despedida del héroe norteamericano Jorge Washington, que nos dejaba lecciones sobre uno de los máximos peligros que acechaban a las naciones y tiene vigencia a pesar de los 210 años transcurridos:

 “El espíritu de partido trabaja constantemente en confundir los consejos públicos y debilitar la administración pública. Agita a la comunidad con celos infundados y alarmas falsas; excita la animosidad de unos contra otros y da motivos para los tumultos e insurrecciones. Abre el camino a la corrupción y al influjo extranjero, que hallan fácilmente su entrada hasta el mismo gobierno por los canales de las pasiones de los facciosos. Así es que la política y la voluntad de un país se ven sujetas a la política y a la voluntad de otros”.

Antecedentes

 

Uno de los documentos fundamentales de la historia de los Estados Unidos de Norte América es el Farewel Address, el mensaje o discurso de despedida, el adiós, dirigido por Jorge Washington al hacer entrega del poder a su sucesor John Adams. Washington acaba de cumplir su segundo período presidencial después de haber encabezado los ejércitos libertadores de su Patria y haber sido uno de sus organizadores constitucionales.

 

Fatigado de la vida pública y sintiendo que sus fuerzas comenzaban a flaquear, había resuelto retirarse a la vida privada, pero antes de hacerlo tuvo la necesidad de hablar a su pueblo, dejar un documento de despedida, una especie de testamento político, las conclusiones de su experiencia y el mensaje de sus convicciones democráticas.

 

El Farewell Address fue publicado en los Estados Unidos el 17 de septiembre de 1796. Recién en el año 1805 el Dr. Manuel Belgrano lo conoció. El norteamericano David Curtis de Forest, pintoresco amigo suyo que luego de la Revolución de Mayo habría de hacerse argentino, se lo hizo conocer.

 

La lectura del adiós entusiasmó a Belgrano, y desde el primer momento pensó que ese documento debía ser conocido por todos los americanos. ¿Pero cómo difundirlo, cómo hacerlo llegar a los pueblos? No bastaba con traducirlo era necesario imprimirlo en gran cantidad de ejemplares para poder distribuirlos, pero la falta de fondos y la carencia de imprenta como también la severísima vigilancia ejercida por las autoridades españolas en torno a cualquier clase de publicaciones y muy especialmente a la literatura política era considerada subversiva. La sola lectura de la constitución de los Estados Unidos estaba prohibida en todas las colonias españolas.

 

Estas dificultades desanimaron a Belgrano y se limitó a hablar del documento con sus amigos para hacerlo conocer a los pocos que sabían inglés. Los acontecimientos vividos en el país lo distrajeron momentáneamente del asunto.

 

Producida la Revolución de Mayo, el Dr. Manuel Belgrano, por imperiosas necesidades del momento, es convertido de la noche a la mañana en militar para conducir las menguadas y desorganizadas unidades para marchar hacia el Paraguay.

 

Durante el desarrollo de la campaña vuelve a su pensamiento el viejo proyecto de hacer conocer a los pueblos el adiós de Washington. Él lo juzga un excelente instrumento para la preparación política de las gentes y sin pérdida de tiempo inicia la tarea de su traducción. Está a punto de darle fin en su tienda de campaña la noche antes de la Batalla de Tacuarí. Pero al día siguiente, cercado por el enemigo, temeroso de una derrota que hiciera caer en mano de los realistas algunas cartas comprometedoras de sus agentes patriotas en Asunción, ordena a su edecán que queme todos sus papeles antes de entrar en batalla.

 

La traducción del Address, la primera, se perdió así en aquel prudente auto de fe. Pero Belgrano no era hombre de abandonar un proyecto. Ahora que el poder estaba en manos de los patriotas, y no había tiranía que impidiera la difusión en América de la literatura política necesaria a los intereses de la Revolución, no iba a dejar de realizar su viejo sueño. Cuando de vuelta en Buenos Aires, se le ordena partir de nuevo para hacerse cargo de la jefatura del Ejército del Norte, el proyecto vuelve a bullir en su cabeza.

 

El 2 de febrero de 1813 a orillas del Río Pasaje, da término a la segunda traducción del adiós. El gobierno de la Revolución autorizó su publicación y bajo sus auspicios se hicieron miles de ejemplares para ser distribuidos en toda América.

 

Uno de esos ejemplares –el único del que hay noticiasse halla en la biblioteca del Parlamento en Washington. Es la única traducción al español del documento dado como testamento político del primer presidente de los Estados Unidos.

 

Existe  una fascinación especial en especular en los pasajes que Belgrano sintió tan hondamente que escribió “paisanos míos… a cuantos piensen en la felicidad de la América…”, exhortándolos a que leyeran  y reflexionaran en el consejo de “ese gran hombre… que se había dedicado de todo corazón a la libertad y felicidad de su patria… para que transmitiera esas ideas a sus hijos… si les tocaba la suerte de trabajar  por la libertad de América”.

 

Él compartía el anhelo, apasionado de Washington por la unidad. Comprendían ambos que las rencillas entre los estados, o provincias, debían evitarse a fin de que sus países pudieran ser suficientemente fuertes para mantenerse por sí libres e independientes. “También os es apreciable en el día de la unidad de gobierno, que os constituye una nación”, escribió Washington (para seguir haciendo uso de la versión de Belgrano). “y á la verdad justamente la apreciáis; pues es la columna principal del edificio de vuestra verdadera independencia, el apoyo de vuestra tranquilidad interior, de vuestra seguridad, de vuestra prosperidad y de esa misma Libertad que tanto amáis”. Añadió luego: “Pero como es fácil prever, que por diferentes motivos… se trabaje con mucho empeño… para debilitar, en vuestro concepto, el convencimiento de esta verdad: siendo este el punto de vuestro baluarte político contra el cual se han de dirigir con más constancia y actividad las baterías de los enemigos interiores y exteriores (aunque muchas veces oculta e insidiosamente…”

 

Tanto Belgrano como Washington percibieron el ominoso augurio de disensiones internas y su peligro inminente. Su propio país, no liberado todavía, estaba dividido en facciones en las distintas provincias. Felizmente para él, no vivió lo suficiente para experimentar en carne propia los años de las luchas intestinas. Washington también, se libro del horror de la guerra civil.

 

En su “Introducción” Belgrano dice de Washington: “Hablo con cuantos tenemos, y con cuantos puedan tener la gloria de llamarse americanos, ahora, y mientras el globo no tuviese otra variación”. En las palabras de Washington: “El nombre de los americanos que nos pertenece… siempre debe excitar un justo orgullo patriótico, más que cualquier otro nombre, que derive de los lugares en que habéis nacido”. No meramente virginianos, ni neoyorquinos, ni nombres de Pensilvania. Juntos habéis peleado y triunfado por una causa común: la independencia y la libertad que peséis”, recuerda Washington, “es la hora de vuestros consejos, de los peligros, de los sufrimientos y de las ventajas comunes, que en Unión habéis conseguido”.

 

El documento es extenso. Abarca el prodigioso campo de la defensa, el comercio, las finanzas y los problemas internos, sin dejar de analizar su política exterior. Es importante destacar el complicado escenario internacional de fines del siglo XVIII y la indigencia económica de las débiles Trece Colonias. Europa se debatía en el tumulto mientras Francia e Inglaterra estaban en guerra y en el continente norteamericano restaban las posesiones de las potencias europeas, como FranciaInglaterra y España. “No puede haber error mayor –decía Washington- que esperar o contar con favores verdaderos de nación a nación. Es una ilusión, que la experiencia de curar, que justo orgullo debe arrojar”.

 

Consciente de la generosidad de Belgrano hacia la instrucción pública y su honda fe religiosa este pasaje debe haber toda una fibra íntima en el corazón de este patriota: “Promoved, pues, como un objeto de gran importancia, las instituciones para que se difundan los conocimientos. Es esencial –escribió Washington- que la opinión pública se ilustre en proporción de la fuerza que adquiere por la forma de gobierno” y “la religión y la moral son apoyos indispensables de todas las disposiciones y hábitos que conducen á la prosperidad pública. En vano reclamaría el título de patriota el que intentase derribar estas grandes columnas de la felicidad humana…”

 

Cuando os ofrezco paisanos míos –expresó en su mensaje- estos consejos de un viejo y apasionado amigo, no me atrevo á esperar que hagan una impresión tan duradera como quisiera, ni que tengan el curso común de las pasiones, ó impidan que nuestra nación experimente el destino que han tenido hasta aquí las demás naciones, pero sí puedo solamente lisonjearme… que alguna vez contribuyan á moderar la furia del espíritu del partido, á cautelaros contra los males de la intriga extranjera, y preservaros de las imposturas del patriotismo fingido…”

 

Decía Belgrano en la Introducción del documento: “Un conjunto de sucesos que no estaban al alcance nuestro, pues vivíamos sabiendo únicamente lo que nuestros tiranos querían que supiésemos, nos trajo la época deseada, y por una confianza que no merecía, mis conciudadanos me llamaron a ser uno de los individuos del gobierno de Buenos Aires, que sucedió a la tiranía”.

 

Hubiera sido interesante compararlo con el proyecto corregido, del que Belgrano escribe: “Para executarla con más prontitud me he valido del americano Dr. Joseph Redhead, -su médico personal- que se ha tomado la molestia de traducirla literalmente y explicarme algunos conceptos…

 

No debemos olvidar jamás “La gloria de llamarse americanos”, hoy resuena con renovada promesa por encima del clamor de un mundo angustiado.


* encargado de las comunicaciones institucionales de la Academia Belgraniana, Consejero Académico electo.

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