sábado, 9 de marzo de 2024

TACUARÍ: UN TRIUNFO POLÍTICO

 


TACUARÍ: UN TRIUNFO POLÍTICO

Por Ernesto Martinchuk

Consejero Académico


Que una derrota militar puede transformarse en un triunfo político lo demostró Manuel Belgrano en una de las etapas iniciales de la Revolución de Mayo. Enviado al Paraguay por la Junta de Buenos Aires para que atrajese esa provincia a la corriente emancipadora, puso toda la abnegación de su espíritu al servicio de sus propósitos.

Ya había sido sofocada la reacción en el interior del país quedando en pie, en las cercanías, únicamente el partido realista de Montevideo. Paraguay aparecía como una duda lejana. Era preciso inclinarlo a favor de la gesta de la libertad. Informes mal fundados lo hacían aparecer como decidido a plegarse a la causa de la independencia.

Doscientos hombres decididos bastaban, según esas noticias, para que en su presencia estallara la rebeldía en Asunción.

Belgrano, investido de amplio mando por el gobierno patrio, reunió no doscientos sino cerca de mil. Pero mal armados y bisoños en los lances de la guerra. Factores políticos locales incidieron poderosamente para iniciar allí un aislamiento que luego duró muchos años. Paraguay había resuelto, aunque de modo informal, sus problemas. Perdida la comunicación con España, nada querían sus hombres dirigentes de aventuras continentales. Y estaban dispuestos a defender su posición a la espera de quién sabe qué cambios en la historia. Lo ignoraba la columna revolucionaria, que a su paso fue sembrando civilización, creando escuelas, estableciendo pueblos, restituyendo la dignidad humana a sectores que habían sido despojados de sus derechos.

Al realizar así algunos de los fines esenciales de su trayectoria, Belgrano no logró, empero, crear conciencia. La población del Paraguay vivía en una especie de agradecida resignación, sometida a su suerte, menos dura, en ese momento, que en otras épocas dado el natural bondadoso del gobernador Velazco.

Los hombres del sur iban a sacarlos de su paz, les llevaban un lenguaje que no podían comprender. No quiso entender Asunción la palabra llana y clara que Belgrano cuando, en su mensaje a las autoridades del territorio, les propuso la unión.

Larga y penosa fue la campaña al Paraguay para las escasas tropas de la revolución, una de las más notables operaciones que registra la historia militar argentina. El que no haya resultado una rápida e ininterrumpida serie de derrotas se debió más a su heroísmo que a su potencialidad, más a la inteligencia de sus jefes que a su estado de preparación. A buenos éxitos iniciales siguió el desconcierto que trae la soledad. Las fuerzas de Asunción se retiraron, dejando a los expedicionarios con un país desconocido e inhóspito por delante. Paraguay fue el lugar del encuentro de los ejércitos y el punto de iniciación de la retirada de los patriotas, que, perseguidos por el enemigo, decidieron darle batalla en Tacuarí.

Belgrano pudo eludir el combate, pero no quiso retirarse del país como invasor que huye. Su misión no había sido la de un conquistador. Con los cuatrocientos hombres que quedaban, aguardó para escribir la última página en el libro de sus primeras hazañas.

Un mes esperó allí, pacientemente. Y llegó el 9 de marzo de 1811, para que a su luz se registrase uno de los acontecimientos más conmovedores de nuestra historia militar y diplomática.

Atacado por tres lados por un enemigo varias veces superior, Belgrano, intensamente secundado por los suyos, resistió. Cuando algunos ya desfallecían, de acosado se convierte en atacante. Con un puñado de combatientes puso en retirada a los que durante siete horas habían estado triunfantes. La campaña del Paraguay terminaba, pero con una victoria del estadista de mayo. Belgrano mantuvo una importante correspondencia con el general paraguayo Manuel Cabañas, con el propósito de sembrar las ideas revolucionarias en el pueblo.

La consiguió, refirmada, Belgrano, al lograr del jefe adversario una entrevista, en la que pudo sembrar, con la explicación de los fines de su expedición, la buena semilla que llevaba.

Habló en esa hora el lenguaje inconfundible del patriotismo. Su patriotismo no difería del que alentaba en el pecho de los paraguayos. Mayo había surgido para liberar a los pueblos, no para reforzar en sus muñecas el hierro de las cadenas… Finalmente, ambos se fundieron en un abrazo.

Los paraguayos escucharon este mensaje. A partir de Tacuarí, fue de ellos el rumbo de sus vidas.

Al poco tiempo Velazco fue destituido y reemplazado por una Junta Gubernativa, al estilo de la establecida en Buenos Aires.

Nota: La Campaña al Paraguay, mapa interactivo para docentes, historiadores, investigadores y estudiantes, que se puede consultar en forma gratuita.

martes, 27 de febrero de 2024

Alocución del Señor Académico Presidente pronunciada en el Convento de Santo Domingo el 27 de febrero de 2024



DISCURSO DEL SEÑOR ACADÉMICO PRESIDENTE DE LA

ACADEMIA BELGRANIANA DE LA REPÚBLICA ARGENTINA

EN  LA CONMEMORACIÓN DEL 212 ANIVERSARIO

DEL PRIMER IZAMIENTO DE LA BANDERA NACIONAL

 

Estimado compatriotas:


Hoy, a la distancia, podemos aseverar que el triunfo de las tropas al mando del general Manuel Belgrano en la Batalla de Tucumán, marcó el nacimiento de la Patria y la diferencia con el enemigo; en ese marco, se consolida en el pensamiento del “Libertador de Pueblos” la necesidad de dar a los suyos estímulos visuales, estímulos imperativos por los que luchar, morir, dirigirse e insistir. Esa es la taumaturgia de la Bandera, de la cual hoy conmemoramos 212 años de la gloriosa jornada a orillas del Paraná, en el poblado de la Capilla del Rosario del Pago de los Arroyos.

 

Difícilmente se encontrará en la faz de la tierra un pueblo que ame más a su Bandera, desde el punto de vista sentimental, que el nuestro. No material, sino sentimental.

 

Aquel paño blanco y celeste, enarbolado por el “Ideólogo de la Revolución de Mayo”,  prevaleció a pesar de los cambios y modificaciones que sufriera, y hasta de los ultrajes  que recibió y aún lamentablemente recibe.

 

“Siendo preciso enarbolar bandera y no teniéndola la mandé hacer blanca y celeste conforme a los colores de la escarapela nacional” este es el preclaro mandato de su creador.

 

Aquella no fue una bandera para el ejército, como muchos señalan, así pensarlo es rebajar o minimizar la categoría que “el Verdadero Revolucionario” quiso darle al signo. En un documento, fechado antes del 27 de febrero de 1812, Belgrano habla claramente de la necesidad de tener una bandera para distinguirse de los enemigos. La escarapela es una antecedente de los cambios que Belgrano propusiera y que encontrara relativo eco positivo en el Poder Ejecutivo de aquel entonces.

 

1816 fue el año de la oficialización del símbolo, que ya tenía una distribución celeste, blanca y celeste “como actualmente se usa” rezaba el documento;  1818 fue el año en que aquella bandera del Rosario fue adornada con un sol. Belgrano no se opuso, no criticó la disposición que a instancia del diputado Chorroarín determinara el Congreso ya reunido en Buenos Aires junto a la sede del ejecutivo de las Provincias Unidas del Río de la Plata. No objetó nada, quizás,  porque se había constituido en ese febo radiante, un haz de luz intenso y refulgente, que iluminaría la vida de la nueva nación. 

 

La bandera creada por el “Pionero de la Educación Pública”, es una bandera nacida para una nueva nación, nación que él ya hacia latir en su corazón y en su mente creadora; la prueba de ello es que esa idea se convirtió en el Pabellón que nos representa ante el mundo y del cual estamos orgullosos por lo que significa, por la hermosura de sus colores y por todo lo que encierra de historia en su propio seno.

 

El “Padre de la Emblemática Nacional” concibió una Bandera para estas tierras de color celeste claro del cielo. Enseña que fue primigenia y que en el fulgor  de su glorioso tremolar sirvió de guía y ejemplo triunfante para otros pueblos que la han remedado, en otras latitudes de América, como símbolo de libertad.

 

El “Creador de nuestra enseña”, un apasionado de las representaciones con sus significaciones, estaba llamado a ser creador de símbolos y los símbolos son representativos de las nacionalidades, de los países, así lo testimonia la Bandera de Curuzú Cuatía, la Bandera de la Libertad Civil, la Bandera izada en Tucumán en 1812 conocida como la Bandera de Aráoz de Lamadrid, la Bandera que describiera en la Constitución Monárquica para el Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile, entre otras instancias; hasta  la tradición lo refleja cuando traza la visibilidad lograda con una bandera para aquel  Real Consulado que se le había confiado.

 

En el terreno de las suposiciones no podemos negar que en la mente del “Protector de los pueblos originarios”, él ha tenido consideración por los elementos autóctonos de la tierra que lo viera nacer y proyectarse como un hombre íntegro, apasionado, audaz, pionero, promotor y sobre todo fiel cristiano y servidor de su pueblo en el humilde presente de entonces y en el gran futuro anhelado.

 

La Academia Belgraniana, que desde 1965 hasta el presente, trabaja incansablemente para que el legado belgraniano de paz y bien, libertad, amor y entrega por la patria sea constante y permanente propósito ciudadano,  agradece al Altísimo ser custodia de la Bandera Nacional que flamea junto panteón que conserva los restos mortales de aquel que siendo Padre de la argentinidad expresó que se contentaba con ser un buen hijo de la patria. 

 

En su providencia, Dios, ha querido que esta corporación académica sea nexo entre los Padres Predicadores y el Gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, hoy representada por las autoridades aquí presentes, en el marco de una iniciativa que deseaba poner en valor el Mausoleo que aquí contemplamos. Gracias a todos quienes se comprometieron en la restauración de esta obra, que si bien es digna de apreciación, reluce tenuemente por yacer en su corazón de piedra los restos mortales del “Prócer más grande de esta Nación”, “Adalid de la Independencia hispanoamericana”.   

 

A las autoridades porteñas les pedimos hacer justicia por la memoria de quien marcara un preclaro rumbo para nuestra patria, les solicitamos declaren oficialmente a Manuel Belgrano  el “Primer prócer porteño e “Hijo prominente de esta Ciudad”.

Su pensamiento y acción, coronados por el yelmo y el águila de su heroísmo e inmortalidad son siempre nuestra guía.

 

La Bandera creada por aquel “Virtuoso americano”, aquella conformada por los inmaculados colores blanco y celeste tuvo gran significación, significación que muchos no comprendieron, ni aún comprenden.

 

Qué los sagrados colores de nuestra Bandera, reflejo del cielo y de la vestimenta de la siempre Virgen María, reluzcan!,  y que jamás sombra alguna se acerque a tan pura inspiración patriótica!

 

Gloria eterna al Creador de la Bandera Nacional!

Gloria eterna al Paño de argentinidad que nos legara don Manuel  Belgrano!

Muchas gracias.

 

Prof. Rubén Alberto Gavaldá y Castro

Convento de Santo Domingo

27 de febrero de 2024

 

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