“Pio
VI precedente de la faceta diplomática de Manuel Belgrano.
Lacónica
mención de su gestión en Paraguay e Inglaterra”
PIO
VI
Nacido en Cesena,
actual Italia, fue el Papa Nº 250 de la Iglesia Católica. Su pontificado,
comprendido entre 1775 y 1799, abarcó la totalidad del período de reinado de
Luis XVI de Francia.
Su pontificado fue
uno de los más largos de la historia del papado: duró 24 años y 6 meses. Vivió
durante el declive y posterior colapso del sistema económico y político
conocido como el Antiguo Régimen, ocasionado por uno de los acontecimientos más
relevantes de la historia universal: la Revolución francesa. A raíz del
desarrollo de los acontecimientos revolucionarios, murió en el exilio.
Por
su parte, alrededor de los 20 años, mientras Manuel Belgrano estudiaba en
Europa (después de su inscripción en la Universidad de Salamanca), solicitó
directamente al papa Pío VI un permiso especial para leer libros que estaban
incluidos en el Índice de Libros Prohibidos por la Iglesia Católica.
El “Índice de Libros Prohibidos” (Index
Librorum Prohibitorum), fue una lista dinámica de publicaciones
consideradas heréticas, inmorales o perjudiciales para la fe católica.
Es importante
entender que el Índice no era estático y se actualizaba periódicamente;
por lo tanto, la lista de libros prohibidos durante el pontificado de Pío VI
incluía obras que ya estaban censuradas y otras que fueron añadidas durante su
tiempo.
Las obras, a las que no tenía acceso la mayoría de los fieles, eran en gran
parte los libros prohibidos perteneciente a autores de la Ilustración, cuyas
ideas cuestionaban la autoridad religiosa y monárquica, y promovían la razón,
la ciencia y el pensamiento liberal. La prohibición incluía obras de filósofos
como:
- Voltaire: Sus críticas a la Iglesia
y a las instituciones establecidas eran motivo de prohibición.
- Jean-Jacques
Rousseau:
Sus ideas sobre la soberanía popular y la religión natural eran vistas
con recelo.
- Denis
Diderot:
Como editor de la Encyclopédie, una obra que difundía el
pensamiento ilustrado.
- Montesquieu: Su obra El espíritu de
las leyes, con su separación de poderes, también generaba
controversia.
También estaban vedados:
·
Los libros que promovían
el jansenismo: esta corriente teológica dentro del catolicismo,
con sus énfasis en la gracia divina y la predestinación, era vista con sospecha
y muchos de sus escritos fueron prohibidos.
- Las obras que atacaran las doctrinas,
prácticas o la autoridad de la Iglesia.
- Los libros que se consideraban ofensivos
a la moral cristiana también eran censurados.
- Las traducciones no
autorizadas de la Biblia y un largo etc.
Es importante
destacar que para obtener una lista exhaustiva y precisa de los libros
prohibidos durante el pontificado específico de Pío VI, se necesitaría
consultar los Índices publicados durante su tiempo. Sin embargo, los
ejemplos mencionados dan una idea del tipo de literatura que la Iglesia buscaba
restringir en ese período, marcada por la influencia de la Ilustración.
La autorización
que el Papa Pío VI otorgó a Manuel Belgrano para leer libros prohibidos fue,
por lo tanto, una excepción notable, basada en la confianza que el pontífice
depositó en la prudencia e inteligencia del joven estudiante.
Los libros a los
que Belgrano pudo acceder gracias a este permiso probablemente incluían muchas
de las obras de los pensadores ilustrados, lo que influyó significativamente en
su visión del mundo y su posterior actuación.
En 1790, Manuel Belgrano se encontraba en
una etapa crucial de su formación intelectual en Europa. Los eventos y
experiencias de este período fueron fundamentales para moldear su pensamiento y
su futuro rol en la historia del Río de la Plata.
Manuel Belgrano
a los 20 años:
- Era un estudiante en
Salamanca: continuaba
sus estudios donde se había matriculado previamente. Estudiaba leyes, pero
también mostraba un gran interés por la economía política y las nuevas
ideas de la Ilustración.
- Era un joven ávido de aprender y
se sentía atraído por las corrientes de pensamiento moderno que circulaban
en Europa.
- Era un interesado
por la economía política: Sus lecturas y estudios en Salamanca lo
llevaron a profundizar en la economía política. Se sintió particularmente
influenciado por las ideas del fisiocratismo y el liberalismo económico,
que abogaban por la libertad de comercio y la importancia de la agricultura.
Guiado por una
sana osadía, lleva a cabo el pedido de
autorización al Papa Pío VI, para mí entender el primer precedente de su faceta
diplomática.
Manuel
Belgrano era considerado un español ilustrado que, a diferencia de algunos
pensadores franceses de la época, no rechazaba la religión y aceptaba la
autoridad de la monarquía española. La decisión del Papa de otorgarle este
permiso especial subraya la reputación de Belgrano como un joven inteligente y
su enfoque ponderado hacia la exploración intelectual.
En plena juventud, Belgrano estaba absorbiendo las ideas que
enfatizaban la razón, la libertad, la igualdad y la soberanía popular, pero no
por ello dejaba de ser un ferviente cristiano y un hombre de profunda
religiosidad católica.
Las nuevas ideas
comenzaron a influir en su visión del mundo y en su incipiente conciencia
criolla, sin por ello dejar de ser una persona de fe.
En resumen, a
los 20 años, Manuel Belgrano era un joven brillante y curioso, inmerso en un
ambiente intelectual estimulante en Europa. Su acceso a los libros prohibidos
gracias a la autorización papal fue un evento significativo que amplió sus
horizontes intelectuales y contribuyó a la formación de su pensamiento
económico y político, sentando las bases para su posterior protagonismo en la
lucha por la independencia, pero todo ello bajo el amparo de la Providencia
Divina.
El
Papa Pío VI, estuvo indubitablemente impresionado por la inteligencia y la
prudencia que percibió en la solicitud de Belgrano. El Obispo de Roma,
reconociendo la inteligencia y la seriedad de Belgrano, y quizás también
considerando su lealtad a la fe católica y a la monarquía española (en ese
momento), le otorgó la autorización
solicitada mediante un decreto fechado el 11 de julio de 1790.
Este episodio
subraya la complejidad de la figura de Manuel Belgrano, un hombre profundamente
arraigado en su fe católica pero también abierto a las ideas progresistas de su
tiempo.
Sin
temor a equivocarnos subrayamos que este inicio en el derrotero diplomático de
Belgrano, la autorización papal fue crucial, ya que le permitió acceder a las
ideas de la Ilustración, especialmente en los campos de la economía y la
política, que estaban contenidas en los libros prohibidos. Estas obras, que a
menudo promovían el liberalismo y las ideas de libre mercado, influyeron
profundamente en el pensamiento del joven Manuel y sentaron las bases para sus
posteriores acciones como economista y líder revolucionario.
Ahora bien, escribir
una solicitud a un Papa en el siglo XVIII requería de un profundo respeto por
su alta posición espiritual y temporal, así como el cumplimiento de ciertas
formalidades y convenciones lingüísticas. No existía una proforma única, pero
los siguientes elementos eran cruciales:
Se debía dirigir
al Papa utilizando su título completo y formal: "Beatísimo Padre",
"Santísimo Padre", o
"Su Santidad".
Se debía
identificar claramente el nombre del solicitante y, si era relevante, su estado
o condición (por ejemplo: "Fiel
católico", "Sacerdote de la diócesis de...", "Miembro de la
Orden de..."). Se utilizaban fórmulas humildes como "El humilde y devoto siervo de Vuestra Santidad..." o "Con la más profunda veneración, el que
suscribe...".
Era fundamental
reconocer la suprema autoridad del Papa como Vicario de Cristo en la Tierra.
Frases como "Postrado a los pies de Vuestra Santidad..." o "Implorando la bendición apostólica..."
eran comunes.
Se utilizaba un
lenguaje formal, elevado y respetuoso en todo el documento, evitando cualquier
tono familiar o coloquial.
La solicitud
debía ser clara y concisa, exponiendo el motivo de la petición de manera
directa pero siempre con el debido respeto.
Si la solicitud
requería una justificación (por ejemplo, un permiso especial), se presentaban
los argumentos de manera lógica y respetuosa, apelando a la sabiduría y la
clemencia del Santo Padre.
La petición en
sí debía formularse de manera humilde y deferente, utilizando expresiones como "suplica humildemente", "ruega con fervor", "se atreve a implorar", "se permite solicitar".
Se debía
especificar claramente qué se solicitaba (por ejemplo: permiso para leer
ciertos libros, dispensa de una norma canónica, una bendición especial).
El cierre del
documento reiteraba la profunda veneración y obediencia del solicitante hacia
el Santo Padre. Frases comunes eran
"Con la más profunda veneración y
filial obediencia, de Vuestra Santidad, humilde siervo y devoto hijo."
o "Suplicando humildemente la
Apostólica Bendición, soy de Vuestra Santidad, el más humilde y obediente
siervo."
Ejemplo
hipotético (solicitud de permiso para leer libros prohibidos):
Beatísimo Padre,
El
que humildemente se postra a los pies de Vuestra Santidad, Manuel Belgrano,
joven estudiante de leyes, con la más profunda veneración y filial obediencia,
se atreve a exponer lo siguiente:
Animado
por un sincero deseo de ampliar mis conocimientos en diversas disciplinas,
especialmente aquellas relacionadas con la economía y la política, he tenido
noticia de ciertas obras que, aunque incluidas en el Índice de Libros
Prohibidos, contienen ideas que considero podrían ser de utilidad para mi
formación intelectual y para el futuro servicio a la Corona y a la Santa
Iglesia.
Consciente
de la sabiduría y prudencia que adornan a Vuestra Santidad, y reconociendo la
potestad de la Santa Sede para dispensar de ciertas normas en bien de las
almas, suplico humildemente a Vuestra Santidad se digne concederme la gracia
especial de permitirme la lectura de los libros que se encuentran en el
mencionado Índice, bajo la guía de mi confesor y con la debida cautela para no
apartarme jamás de la doctrina católica.
Implorando
humildemente la Apostólica Bendición, soy de Vuestra Santidad,
El
más humilde y obediente siervo,
Manuel
Belgrano
Salamanca,
[Fecha aproximada de 1790]
Existían también otras consideraciones adicionales:
El idioma
utilizado era generalmente el latín, la lengua oficial de la Iglesia Católica,
especialmente para comunicaciones formales.
En algunos
casos, las solicitudes podían ser presentadas a través de intermediarios
eclesiásticos de mayor rango, quienes podían avalar la petición.
La caligrafía
debía ser clara, legible y cuidada, reflejando el respeto hacia el
destinatario.
La solicitud de
Manuel Belgrano a Pío VI debió seguir estas pautas generales, adaptándose a su
situación particular como joven estudiante y a la naturaleza específica de su
petición. La respuesta favorable del Papa confirma que su solicitud fue
presentada de manera adecuada y persuasiva.
Como
belgranianos nos queda profundizar en las siguientes instancias, que se
desprenden del breve análisis realizado:
a- Manuel Belgrano para sus 20 años ya era terciario
dominico? Hizo este pedido especial al Pontífice bajo esta situación?
b-
Hubo algún religioso o persona influyente que
apoyara esta solicitud a modo de “padrino”?
c-
Su hermano Domingo José Estanislao, el futuro
sacerdote, influyó de alguna manera?, pudo guiarlo en su condición de
seminarista por aquel entonces?
BELGRANO
DIPLOMATICO
La diplomacia de
Manuel Belgrano, de la cual gozaba innatamente, se manifestó en varias etapas
de su vida, complementando su rol como abogado, economista, periodista,
político y militar en las primeras décadas del siglo XIX en lo que hoy son
Argentina, Bolivia y Paraguay.
Como señalamos
precedentemente el primer atisbo lo tuvo en la solicitud esgrimida hábilmente
ante Pio VIº. Su paso por el Consulado de Comercio acentuó tal instancia.
Como bien sabemos desde 1794 hasta 1810, Manuel Belgrano fue el Secretario Perpetuo del Consulado de Comercio
de Buenos Aires. Aunque no era un cargo diplomático en el sentido
estricto, esta posición le permitía interactuar con diversas figuras
comerciales y políticas. Desde allí, abogó por el desarrollo económico de la
región y a menudo se enfrentó al monopolio español, lo que implicaba una labor
de negociación y representación de intereses locales.
La consolidación
de esta faceta del Hijo Prominente de Buenos Aires y Primer Prócer Porteño
fueron las misiones diplomáticas encaradas
post-Revolución:
Posteriormente a
mayo de 1810, Belgrano asumió roles militares protagónicos, pero también se le
encomendaron importantes misiones diplomáticas; pero antes de referirme
brevemente a las mismas, quisiera mencionar otra instancia no menor, me refiero
a la relación de Manuel Belgrano con Carlota Joaquina de Borbón.
Belgrano había
logrado un curioso vínculo con la hermana del Rey Español durante su estadía en
la Península y posteriormente la continuó con una activa correspondencia. Ya en
Buenos Aires y ella en Río de Janeiro como princesa del Brasil.
Belgrano
reconocía a Carlota Joaquina como la “única
representante legítima…de mi nación…” Le solicitó que asumiera sobre “su real
persona…el mando sobre el Río de la Plata por ser ella el sostén de la
Soberanía española… y el único refugio que queda a este Continente para gozar
de tranquilidad…”
Belgrano
insistió con estas palabras “las provincias del interior cada vez mas caminan
al desorden… los momentos son los más oportunos para que Vuestra Alteza Real
tome la mano de estos dominios”.
En agosto de
1809 la princesa Regente del Brasil desistió de la propuesta por diversas
razones que no viene ahora a ser consideradas. La gestión diplomática de Manuel
Belgrano si bien fue insistente, no prosperó.
Otro desafío
para los belgranianos es investigar más sobre estos vínculos con personalidades
regias que mantuvo en su vida el Libertador de Pueblos. Habría hecho valer su
ascendencia al patriciado genovés? Habría
tenido peso su ascendencia al conde de Famolasco del cual descendía su rama
familiar?
Retomando el tema central, la primera misión diplomática
oficial de Manuel Belgrano fue la Misión al Paraguay en 1811:
Manuel Belgrano
desempeñó un rol diplomático significativo en relación con el Paraguay en un
momento crucial de la historia de ambas regiones.
Tras la Revolución
de Mayo de 1810 en Buenos Aires, la Primera Junta buscó extender su influencia
y autoridad a otras regiones del Virreinato del Río de la Plata, incluyendo el
Paraguay. Sin embargo, el Paraguay tenía sus propias aspiraciones y una
identidad incipiente.
En 1810, la Primera Junta envió una
expedición militar al mando de Manuel Belgrano al Paraguay. El objetivo era
persuadir (incluso por la fuerza si fuera necesario) a la provincia paraguaya
de unirse al movimiento revolucionario de Buenos Aires.
Sin embargo, las
campañas militares de Belgrano en Paraguay (las batallas de Campichuelo y
Paraguarí en 1811) resultaron en
derrotas para las fuerzas de Buenos Aires.
Tras estas
derrotas, Belgrano comprendió que la anexión del Paraguay por la fuerza era
inviable y que la voluntad de los paraguayos era inclinarse hacia la autonomía.
Por ello en lugar de continuar un conflicto que parecía
inútil y costoso, Belgrano actuó con pragmatismo y visión política. Negoció un armisticio y la retirada de sus
tropas de territorio paraguayo. Este acto, aunque criticado por algunos
en Buenos Aires en su momento, sentó las bases para una relación diferente con
el Paraguay. Implícitamente, reconoció la voluntad paraguaya de no subordinarse
a Buenos Aires.
La acción de
Belgrano allanó el camino para la declaración
de independencia del Paraguay producida poco tiempo después, el 14 de
mayo de 1811.
Aunque no fue
una misión diplomática formal en el sentido de una negociación de tratados, la
decisión de Belgrano de retirarse y no imponer la autoridad de Buenos Aires por
la fuerza fue un acto de diplomacia de
facto. Reconoció una realidad política emergente y evitó un conflicto
prolongado.
Paradójicamente,
la "derrota" militar de Belgrano en Paraguay condujo a una solución
que, aunque no era la deseada inicialmente por Buenos Aires, respetó la
voluntad del pueblo paraguayo y evitó un derramamiento de sangre mayor.
En resumen, si
bien la misión inicial de Manuel Belgrano al Paraguay tuvo un carácter militar,
su desenlace, marcado por la negociación de un armisticio y la retirada de sus
fuerzas, constituyó un acto diplomático crucial que reconoció la autonomía
paraguaya y definió las futuras relaciones entre Buenos Aires y Asunción. Su
pragmatismo en esta situación demostró una visión política que iba más allá de
los objetivos militares inmediatos.
La segunda misión
diplomática fue la Misión a Europa entre 1814 y 1815:
Manuel Belgrano
tuvo una importante misión diplomática en Inglaterra, aunque no fue el único
destino de su viaje a Europa.
Fue en 1814,
tras su recuperación de problemas de salud y luego de haber tenido un papel
protagónico en los primeros años de la Revolución de Mayo, cuando el respetado
escribano y ex “notario mayor “ de la Curia Eclesiástica del virreinato, el Director
Supremo Gervasio Antonio de Posadas lo designó, junto a Bernardino Rivadavia,
para llevar adelante una misión diplomática en Europa.
Los objetivos
principales de esta misión fueron:
1. Buscar reconocimiento para las Provincias Unidas del
Río de la Plata: El gobierno revolucionario buscaba que las
potencias europeas reconocieran la independencia o, al menos, la autonomía de
la región.
- Explorar la
posibilidad de establecer una monarquía constitucional: Una idea que circulaba en
algunos círculos dirigentes era la de establecer una monarquía
constitucional en el Río de la Plata, buscando un príncipe europeo para
ocupar el trono. Incluso se llegó a considerar la posibilidad de un
monarca Inca.
- Negociar apoyo y
protección: Se
buscaba obtener el apoyo de alguna potencia europea que pudiera ofrecer
protección frente a una posible reacción de España.
Siendo más
precisos, dada la grave situación reinante en 1814 las sociedades secretas
hicieron su aparición. Posadas, surgido de las mismas junto a Alvear, iniciaron
negociaciones tendientes a lograr que el Río de la Plata fuera un “Protectorado
Británico”. Aquellas logias, eran el modo en que el Imperio Británico ofrecía
su apoyo informal o cuasi diplomático podríamos decir, con el fin de socavar
los intereses españoles a favor de los propios. Recordemos que entonces
Inglaterra era aliada de España.
Manuel Belgrano y Bernardino Rivadavia partieron de Buenos
Aires en diciembre de 1814, tras
una escala en Río de Janeiro, donde se entrevistaron con el embajador británico
en la corte lusitana, Lord Strangford, llegaron a Inglaterra en mayo de 1815.
En Londres, se
encontraron con Manuel de Sarratea,
otro representante de las Provincias Unidas que ya se encontraba en Europa
gestionando diversos asuntos.
Belgrano,
Rivadavia y Sarratea mantuvieron entrevistas
con autoridades británicas. Sin embargo, el contexto europeo de la
época, marcado por la reciente derrota de Napoleón y la restauración de las
monarquías, no era favorable al reconocimiento de nuevas naciones americanas.
Gran Bretaña por su parte, si bien tenía intereses comerciales en la
región, no estaba dispuesta a enemistarse con España
reconociendo formalmente la independencia de las Provincias Unidas. Su política
se centraba en mantener un equilibrio de poder en Europa. Esta delicada
situación dio como resultado que los enviados rioplatenses no lograran obtener un reconocimiento formal,
ni un apoyo concreto por parte del gobierno británico.
Durante su
estadía en Europa, Belgrano se convirtió en un firme defensor de la idea de
establecer una monarquía constitucional,
incluso proponiendo un descendiente de los Incas como posible monarca. Presentó
sus argumentos ante Rivadavia y Sarratea, buscando apoyo para esta propuesta.
El sistema
monárquico atemperado, tal cual lo consideraba el creador de la Bandera
Nacional fue por él mismo propuesto en la sesión secreta del Congreso de Tucumán
del 6 de julio de 1816.
En resumen: La
misión diplomática de Manuel Belgrano en Inglaterra, junto con Bernardino
Rivadavia, fue un intento importante por obtener reconocimiento y apoyo para
las Provincias Unidas del Río de la Plata. Sin embargo, debido al contexto
político europeo, no lograron sus objetivos principales de reconocimiento
formal o la obtención de un príncipe para una posible monarquía. A pesar de
esto, la experiencia europea fue valiosa para Belgrano y para la comprensión de
la política internacional de la época.
Como
intertextualidad me referiré sucintamente a un elemento simbólico derivado de
este tiempo diplomático de Manuel Belgrano en Inglaterra, me refiero al reloj
que le obsequiara el Rey. Aún hoy llama la atención de la historia argentina en
general y de la belgraniana en particular cómo y por qué Jorge VI tuvo este
gesto.
No hay evidencia
histórica de que Manuel Belgrano haya tenido un encuentro directo o una
interacción personal con el rey Jorge III del Reino Unido durante su misión diplomática
en Inglaterra.
El protocolo real de la monarquía
británica, especialmente en el siglo XIX, limitaba el acceso directo al monarca
para diplomáticos de rango inferior o de naciones no reconocidas formalmente.
El encuentro con el Jefe de Estado era reservado para ocasiones muy especiales
o para embajadores plenipotenciarios de potencias importantes.
En ese marco, en 1815, el rey Jorge III se
encontraba en un estado de salud mental muy precario. Sufría de episodios
recurrentes de lo que hoy se cree que fue porfiria, lo que incapacitaba al Rey para
ejercer sus funciones de manera regular. Su hijo, el Príncipe Regente (futuro
Jorge IV), era quien ejercía el poder de facto en su calidad de Regente.
La naturaleza de
la misión de Belgrano y Rivadavia no era la de embajadores plenipotenciarios de
un estado reconocido. Su objetivo era buscar reconocimiento y apoyo, pero no
tenían el estatus formal para una audiencia directa con el monarca.
Las gestiones
diplomáticas de Belgrano y Rivadavia se realizaron principalmente a través de
los canales gubernamentales británicos, es decir, con ministros y funcionarios
del gobierno, como Lord Castlereagh, el Secretario de Asuntos Exteriores.
Por ello es altamente improbable que Manuel Belgrano haya
tenido una audiencia o interacción directa con el rey Jorge III durante su
estadía en Inglaterra. Ahora bien, basados en la tradición tomamos como cierto
el hecho de que el rey Jorge III de Inglaterra le obsequiara un reloj a Manuel
Belgrano, lo decimos porque el reloj existió y hoy lamentablemente no tenemos
acceso al mismo porque fue hurtado en julio de 2007 del Museo Histórico
Nacional, grave y penosa realidad por cierto.
El reloj era de
oro y esmalte; obsequiado por el rey Jorge III de Inglaterra, nunca se especificó el motivo exacto del regalo, ya
sabemos que no por manos directas del Soberano sino a través de su hijo o de
otros canales diplomáticos.
Ese reloj era la única pertenencia de valor que
conservaba Belgrano al momento de su paso a la inmortalidad, ocurrida en la
pobreza en 1820. En su lecho de muerte, Belgrano quiso agradecer a su médico
personal, el Dr. Joseph Redhead, regalándole este reloj como pago por sus
servicios, ya que no disponía de otros bienes para hacerlo.
Por lo tanto, la
existencia de un reloj de oro y esmalte que fue un regalo de Jorge III a Manuel
Belgrano es un hecho recogido por la historia y la tradición, aunque los
detalles precisos de la entrega del obsequio no estén completamente claros.
Recordemos que
Su Graciosa Majestad Jorge III era el Rey de Inglaterra en tiempos de las
Invasiones Inglesas, el mismo al que poderosos comerciantes y la jerarquía
eclesiástica acudieron a jurarle fidelidad pero que no lo hiciera Manuel
Belgrano dada su concreta y profunda convicción y compromiso con el Real
Consulado y sus ideas.
Los presentes u
obsequios en la diplomacia adquieren un lectura especial, por ello el regalo de
un reloj de oro y esmalte por parte del rey Jorge III a Manuel Belgrano
adquiere una significación especial al considerar la importancia de la hora y
la relojería en la Inglaterra de finales del siglo XVIII y principios del XIX.
El reinado de
Jorge III (1760-1820) coincidió con la plena efervescencia de la Revolución
Industrial en Gran Bretaña. Este período trajo consigo la mecanización de la
producción, la creación de fábricas y la necesidad de una organización del
trabajo mucho más precisa. La gestión del tiempo se volvió crucial para la
eficiencia en las fábricas y en la coordinación de actividades.
Inglaterra se
había convertido en un centro de excelencia en la fabricación de relojes de
alta calidad. Artesanos y relojeros innovaban constantemente, buscando mayor
precisión y fiabilidad en los mecanismos. Un buen reloj era un símbolo de
estatus, riqueza y sofisticación.
La determinación
precisa de la hora era fundamental para la navegación, especialmente para
calcular la longitud en el mar. El gobierno británico invirtió considerablemente
en el desarrollo de cronómetros marinos precisos, como los de John Harrison,
que permitieron una navegación más segura y eficiente, crucial para el imperio
marítimo británico.
Si bien la
precisión horaria no era tan omnipresente como lo es hoy, las élites y la
burguesía cada vez más dependían de los relojes para organizar sus vidas
sociales, citas y negocios. La posesión de un reloj personal se volvía más
común entre estas clases.
El siglo XVIII
fue un período de importantes avances científicos, donde la medición precisa
del tiempo era esencial para experimentos y observaciones en campos como la
astronomía y la física.
En este
contexto, un reloj de oro y esmalte regalado por el propio monarca no era un
obsequio cualquiera. Los materiales preciosos y la artesanía de un reloj real
lo convertían en un objeto de gran valor material y social. Recibir un objeto
personal del rey era un signo de distinción y un posible indicio de
reconocimiento por parte de la corona británica, aunque en el caso de Belgrano
no implicara un reconocimiento formal de su causa. Un reloj de la época
representaba la tecnología avanzada y la precisión que caracterizaban a la
Inglaterra de la Revolución Industrial.
Como ya hemos
señalado precedentemente si bien no hay constancia de un encuentro personal con
Jorge III, el regalo del reloj podría haber sido una forma indirecta de mostrar
reconocimiento por su misión diplomática (aunque no exitosa en términos de
reconocimiento formal) o quizás un gesto de cortesía hacia un representante de
una región con la que Gran Bretaña tenía intereses comerciales.
El hecho de que
Belgrano conservara este reloj como su posesión más valiosa hasta su muerte
subraya la importancia que él mismo le otorgaba, ya sea por su valor material,
por el origen del regalo, o como un recuerdo de su paso por una nación a la
vanguardia de la ciencia y la industria.
Hemos hablado de Manuel Belgrano y su incipiente diplomacia.
Hoy no podemos concluir estas palabras sin recordar que el pasado lunes 21 de
abril argentino mas importante de la historia: Francisco, el Papa 266, partió a
la Casa del Padre. Jorge Mario Bergoglio era Académico honorario de la Academia
Belgraniana de la República Argentina y fue nominado tal en tiempos en que era el
Arzobispo Primado de Buenos Aires; en homenaje a su memoria quiero traer al
presente las palabras que pronunciara en la Catedral Metropolitana de Buenos
Aires a la comunidad educativa en abril de 2003.
Decía el arzobispo Bergoglio:
"¿Por qué no hacer el intento [de]
dejarnos enseñar por la historia? Pensando en los tiempos fundacionales de
nuestra patria, me salió al encuentro un personaje al cual, por lo general, no
se le reconoce la relevancia que ha tenido en la Argentina naciente. Me refiero
a Manuel Belgrano. (...)
¿Qué se puede decir de él, además de su
participación en la Primera Junta y la creación de la bandera? (...) promovió
por todos los medios la creación de escuelas básicas y especializadas [e]
insistirá en la necesidad de la enseñanza técnica, diseñando proyectos de
escuelas de agricultura, comercio, arquitectura, matemáticas, dibujo, náutica
(...).
Mucho antes que otros, Belgrano comprendió
que la educación y aun la capacitación en las disciplinas y técnicas modernas
eran una importante clave para el desarrollo de su patria [y además] da una
fundamental importancia a la educación de las chicas (...).
Vemos así a un verdadero creador en acción
[que] consagró lo mejor de sus energías a tratar de plasmar una sociedad nueva,
distinta, mejor para todos (...) atento a la necesidad de que nadie quedara
afuera de ese nuevo mundo que iba tomando forma. (...)
[Sarmiento] dijo de Belgrano que había sido
'uno de los poquísimos que no tiene que pedir perdón a la posteridad y a la
severa crítica de la historia' [y que] 'su muerte oscura es todavía un garante
de que fue ciudadano íntegro, patriota intachable'. De muy pocos 'exitosos' de
nuestra historia nacional podría decirse lo mismo (...)
Es que, además de sus incontrastables
virtudes personales y su profunda fe cristiana, Belgrano fue un hombre que, en
el momento justo, supo encontrar el dinamismo, empuje y equilibrio que definen
la verdadera creatividad".
Hoy ambos, Manuel Belgrano y Jorge Bergoglio, están juntos
allá en el cielo.
Muchas gracias.