viernes, 3 de junio de 2022

Alocución del Señor Académico Presidente en ocasión del 252 aniversario del natalicio de Manuel Belgrano

 

Cuando un niño nace, trae consigo un futuro que si bien es incierto se irá perfilando y desarrollando con el paso del tiempo. La alegría que un hijo trae a un hogar se multiplica en la esperanza y en la aspiración de que alcance la hombría de bien a la que es llamado para sí y para con el prójimo.

Así sucedió, un día como hoy, hace 252 años, cuando el hijo de don Doménico y doña Josefa llega al solar de los Belgrano Peri y González Casero ubicado a metros de esta Iglesia conventual, sitio por el que tantas veces pasamos, quizás sin darnos cuenta. Casa ubicada en la otrora avenida Santo Domingo -actual Belgrano- 430, a metros de la que fuera conocía previamente como “Calle Real”, hoy calle Defensa, una arteria que era camino obligado para dirigirse al puerto que funcionaba en La Boca del Riachuelo. Era la calle más transitada y, en las cercanías del convento de Santo Domingo, que daba nombre a la zona, estaba habitada por las familias más acomodadas de la ciudad.

Manuel, nombre que se origina en Emmanuel –Dios con nosotros-  era el cuarto de dieciséis hermanos, tres de los cuales fallecieron siendo niños.

En su autobiografía el mismo Prócer nos dice: “El lugar de mi nacimiento es Buenos Aires; mis padres, don Domingo Belgrano y Peri conocido por Pérez, natural de Onella, y mi madre, doña María Josefa González Casero, natural también de Buenos Aires. La ocupación de mi padre fue la de comerciante, y como le tocó el tiempo del monopolio, adquirió riquezas para vivir cómodamente y dar a sus hijos la educación mejor de aquella época”.

Buenos Aires, la Gran Aldea, no era tal cual la observaos actualmente, es obvio. Estaba precariamente edificada. La mayoría de las viviendas eran de estructura plana con fachadas lisas, sin atractivos, algunas con marcada importancia, como lo era la casa de la familia Belgrano. Se destacaban algunas otras edificaciones, entre ellas: el Fuerte, el Cabildo y algunas Iglesias como esta de Santo Domingo, que constituían las excepciones dentro del uniforme panorama urbano.

De aquel importante caserón de estilo colonial, habitada por un familia muy numerosa, como lo fueron los Belgrano, se conservan el aljibe, en el actual patio del Cabildo de Buenos Aires;  y la puerta, por donde tantas veces cruzara Belgrano, se conserva en el Museo Histórico Nacional.

Belgrano, amó la naturaleza desde sus primeros años, aprendiendo en el fondo de su casa de manos de sus mayores el cultivo de castaños y otros, aquella quinta que lo conectaba con la naturaleza se encontraba en el fondo de su casa, hacia la calle que desde 1774 se llamó Rosario, y a partir de 1822, Venezuela.

La niñez del docto hijo pródigo de estas tierras era feliz y no escapaba a lo que por aquellos años era frecuente por costumbre realizar por los  vecinos: dormir siesta, habitualidad alternada en algunas ocasiones por la visita que realizaba con su madre y hermanos a la Plaza de la Victoria (actual Plaza de Mayo) para recorrer la Recova donde estaban los puestos de los «bandoleros», como se llamaba entonces a los merceros, donde se encontraban, entre otros, los negocios de ropa y novedades.

Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús Belgrano fue cristianizado inmediatamente a su alumbramiento, la certificación de la fe de baustismo expedida por el Doctor don Juan Cayetano Fernández de Agüero, Cura Rector de la Catedral,  solicitada a instancias de  su padre, don Domingo Belgrano Pérez el 27 de junio de 1786, como parte de los documentos necesarios para que su hijo viajara a España para inscribirse en la Universidad de Salamanca dice:

“(…) El doctor don Juan Cayetano Fernández de Agüero. Cura Rector más antiguo de la Santa Iglesia Catedral de la muy Noble y muy Leal Ciudad de la Santísima Trinidad y Puerto de Santa Maria de Buenos Aires, examinador, sinodal de este Obispado del Rio de la Plata, Comisario jubilado del Santo Oficio de la Inquisición, etc (…)”. ‘Certifico, en cuanto puedo, que en el Libro parroquial de bautismos de personas españolas, que empezó desde el año de 1769 y acabo en el de 1775, se halla al final de la página 43 y principio de la 44, la fe de bautismo de tenor siguiente: En 4 de junio de 1770, el señor doctor don Juan Baltasar Maciel, canónigo magistral de esa Santa Iglesia Catedral, Provisor y Vicario General de este Obispado, y Abogado de las Reales Audiencias del Perú y Chile, bautizó, puso óleo y crisma a Manuel José Joaquín del Corazón de Jesús, que nació ayer 3 del corriente: es hijo legítimo de don Domingo Belgrano Pérez y de doña Josefa González; fue padrino Julián Gregorio de Espinosa, de que doy fe’.

El mundo en aquel año de 1770, cuando nace el Creador de la Bandera,  cuenta entre sus hechos notorios tres que señalaré seguidamente  y que considero humildemente son premonitorios en la vida de aquel infante:

1-      En primer lugar  lo sucedido el 5 de marzo en EE. UU., cuando soldados británicos asesinan a cinco estadounidenses en la Masacre de Boston, hecho que 5 años más tarde desencadenará la Guerra de Independencia de Estados Unidos.  La admiración al accionar del estadista George Washington llevan al futuro General  Belgrano a traducir el legado del Primer Presidente Norteamericano llamado “La despedida de Washington” de l796 y con plena vigencia al día de hoy.

 

2-      En segunda instancia, lo acaecido el 16 de abril, cuando el rey Carlos III establece la prohibición por Cédula Real del uso de las lenguas indígenas. Aquella determinación de la extinción de las lenguas nativas origina los movimientos comuneros previos a la Independencia (marcadamente notorios en los virreinatos de Nueva Granada y del Perú), encuentran posteriormente  en el Secretario del Consulado un acérrimo defensor de los derechos de los pueblos originarios. Sus ideas, revolucionarias y de avanzada para la época, ponían el foco en cuestiones que la mayoría ignoraba.

 

3-      Por último menciono el 16 de mayo cuando María Antonieta contrae matrimonio con Louis-Auguste, de 15 años (quien llegaría a ser Luis XVI de Francia); Manuel Belgrano, precursor y fundador de la independencia argentina fue un claro defensor de la Monarquía constitucional, llegando a escribir la Constitución para el Reino Unido del Río de la Plata, Perú y Chile, proyecto de una preclara y gran potencia que se vio lamentablemente truncado por mezquindades y cegueras diversas que nacieron en 1816 y que prolongadas en el tiempo, tanta lucha interna nos trajeron.

Pero un niño no llega a ser tan grande hombre sino hubiese recibido la educación del hogar de su familia, con maestros particulares, tal la costumbre de la época; y con la instrucción versada con el debido aprendizaje de las primeras letras como la tuvo en las escuelas de los Conventos, junto a los Padres Predicadores sus guías y vecinos, y el claustro de  sus  primeros estudios de filosofía iniciados en el Real Colegio de San Carlos guiado por el padre Luis José de Chorroarín, sacerdote dominico doctorado en filosofía en la Universidad de Córdoba.

El padre Chorroarín es faro y guía en sus primeros pasos en la cultura y de modo prodigioso –nuevamente- actúa en su legado mayor, que es la Enseña que tremola esplendorosa.  

En el Real Convictorio Carolino o Real Colegio de San Carlos estudió latín y filosofía, diplomándose como licenciado en esta última. Era el colegio más importante de la ciudad de Buenos Aires en los tiempos de la colonia y de severa disciplina. Estaba instalado en el antiguo edificio del Colegio Jesuita, junto a la iglesia de San Ignacio. Los requisitos para ser admitido eran, entre otros, ser de primera clase, hijo legítimo, saber leer y escribir, y ser de familia cristiana.

La Iglesia tenía por aquellos años como Sumo Pontífice al papa Clemente XIV; Manuel Antonio de la Torre fue el vigésimo quinto obispo del Paraguay y undécimo obispo de Buenos Aires (1765-1776). Era un decidido defensor de la autoridad absoluta del rey, crítico de la sociedad colonial, influía notoriamente tanto en el  cabildo secular como más en el  eclesiástico, a tal punto de criticar hondamente la relativa laxitud en las costumbres de aquella Gran Aldea.  

Confrontó con muchos, entre ellos, con el gobernador Pedro de Cevallos a causa del apoyo que este daba a los jesuitas.  Este Prelado casó el 1 de octubre de ese mismo año de  1770 a Juan de San Martín y Gregoria Matorras, quienes serían padres del futuro Libertador general José de San Martín, amigo personal del general Belgrano.

El Congreso de Tucumán sanciona en 1816 la Bandera menor, aquella que por uso y costumbre se imponía y que había nacido de manos de su Creador, cuatro años antes, en 1812; y como el asunto del modo de gobierno nunca terminaba de definirse del todo, la llamada "bandera nacional mayor", nunca fue establecida de modo que no llevaría adorno ni distinción alguna hasta que esta cuestión se resolviera convenientemente.

Así fue que en dos años posteriores se definió  la creación de una "bandera de guerra" para uso militar, fue a principios de 1818. En enero de ese año, el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón solicitó al Congreso, que se había trasladado de Tucumán a Buenos Aires, que se resolvieran las diferencias entre las banderas para uso militar y las de uso mercante evitando así confusiones en los buques.

A propuesta de un diputado por Buenos Aires, el canónigo doctor Luis José de Chorroarín, aquel que inició al Dr. Manuel Belgrano en sus primeros aprendizajes, volvió a cruzarse en la vida del Prócer propiciando que se resolviera por ley del 25 de febrero de 1818 que: "Sirviendo a toda bandera nacional los colores blanco y azul en el modo y forma hasta ahora acostumbrada, fuese distintivo peculiar de la bandera de guerra, un sol pintado en medio de ella".

Se hace necesario aclarar que el corto texto legal del 25 de febrero de 1818 no explicaba en ninguna parte ni el significado del sol, ni su origen. Simplemente decretaba su uso. Tampoco hay datos de qué intensión pudo haber tenido y llevado al canónigo Luis José de Chorroarín a proponer el uso de un sol en la bandera de guerra.

La pregunta es entonces, ¿Cuál fue el motivo de la elección del sol en 1818 promovido para diferenciar a la bandera de guerra? ¿Será quizás que el hombre de Dios, sacerdote y canónigo pensara en el Sol de Justicia, Cristo, tal cual lo describió San Jerónimo? Debemos analizar profunda y académicamente este enigma que aún sopesa en el legado belgraniano. Más sabiendo que el mismo Creador de la Bandera nada dijo sobre ello.

Hoy nos congregamos ante el mausoleo de aquel gran patriota que fue un gran niño, aquí en el solar del Convento de Santo Domingo, testigo de las Invasiones Inglesas –como lo demuestran las marcas de los cañones en una de sus torres- testigo de aquellos cruciales momentos en donde Manuel Belgrano, en 1807, al producirse la segunda invasión británica, estuvo nuevamente presente, ante la rendición del General Crawford.

De él podemos repetir sin temor a equivocarnos, las palabras que el Doctor Manuel Antonio Castro, pronunciara en su alocución con ocasión de sus funerales en 1821:

"(…) Un puro y ardiente patriotismo era como el espíritu que animaba todas sus acciones. Todos sus trabajos, todas sus miras, sus facultades, eran consagradas al servicio de la Patria sin ambición, sin aspiraciones, sin interés personal. Como abstraído de toda otra relación, y de todo objeto particular, obrando, escribiendo, hablando, no se ocupaba sino del bien de su Patria de un modo siempre fervoroso y moviente (…)"

Relata un fraile dominico: “Belgrano, que hizo su escuela primaria aquí, pidió expresamente ser enterrado en la entrada de la iglesia, con el argumento de que estando adelante iba a ser visto por más personas y más personas iban a rezar por él.” Y nuevamente no se equivocó, porque aquí estamos a tantos años de esas palabras agradeciendo a Dios, quien en su Divina Providencia, nos regaló la vida de Manuel Belgrano, Precursor y Fundador de la independencia argentina,  que no quiso ser llamado ni reconocido como Padre de la Patria, pero que sin duda alguna lo es.

 

Prof. Rubén Alberto Gavaldá y Castro

Académico Presidente

Convento de Santo Domingo, 3 de junio de 2022

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