lunes, 22 de mayo de 2023

El mes de mayo en nuestra historia

  


El mes de mayo en nuestra historia

 Por el Consejero Académico Ernesto Martinchuk
            

 

Un hombre que no arriesga nada por sus ideas, o no valen nada sus ideas, o no vale nada el hombre”. Platón

 

 

El mes de mayo se inicia para nosotros, los argentinos, con una doble celebración: el primero prácticamente desapercibido, el aniversario de la Constitución Nacional, carta magna donde se asentó definitivamente la unidad de la patria, superando para siempre las escisiones y resquemores regionales, y, en la misma jornada, la de la fiesta universal de los trabajadores.

 

Una doble coincidencia histórica añade a la fecha, por curiosa predestinación, un particular significado argentino. Fue un 1° de mayo, en el año 1851, el día en que, desde el ornamentado palco alzado en Concepción del Uruguay, el general Justo José de Urquiza se pronunció contra Rosas e inició, por tanto, la cruzada que habría de terminar en Caseros para dar, con ello el primer paso hacia la organización del país. Y fue otro 1° de mayo, el de 1853, el día en que los representantes de las provincias de la Confederación, reunidos en Asamblea Constituyente, sancionaron con toda solemnidad la Carta Fundamental que establece el régimen institucional bajo cuyos dictados la Argentina edificó su grandeza.

 

La Constitución, en cuyo preámbulo y en su articulado se dio cabida al sentido profundo de cuarenta años de luchas, y cuya letra, perfectible, sin duda, de acuerdo con el progreso de los tiempos, es la palabra reveladora de insobornables afanes de justicia, ensamblan armoniosamente con la amplia manifestación del proletariado, impulsada asimismo por la búsqueda de lo que es justo.

 

En el estatuto fundamental de la república se advierte claramente la decisión firme de sus redactores -intérpretes de la naturaleza moral de la colectividad- de hacer menos rígidas las desigualdades sociales y de reconocer al trabajo sus derechos legítimos. Porque la Constitución se dictó para “constituir la unión nacional, afianzar la justicia, consolidar la paz interior, promover la defensa común, promover el bienestar general y asegurar los beneficios de la libertad” para los pobladores del país en los tiempos de su promulgación, para la posteridad de los mismos “y para los hombres del mundo que quiera habitar el suelo argentino”, en el imperio de la justicia.

 

Un poco de historia

 

Mientras tanto, desde los albores de nuestra nacionalidad, pueblo y ejército han sido un valor indivisible en la historia de la patria. Desde el instante en que las fuerzas armadas surgen del seno mismo de la población de Buenos Aires, para defender la ciudad y, con ella, al Virreinato del Río de la Plata y quizá a toda América hispana, contra las invasiones inglesas, un nuevo espíritu, que nada tiene en común con el colonial, está presente en ellas.

 

Si en 1806, en el apremio de las circunstancias críticas, es el pueblo en armas el que toma parte en la pelea, un año después es ya un ejército disciplinado el que se apresta a resistir una segunda invasión.

 

Dos hechos singulares dan un carácter relevante a esta etapa. Uno de ellos es el alistamiento de los nativos en cuerpos en que no intervienen los extranjeros. El otro hecho es el de la implantación de los métodos democráticos para la elección de los comandos. Los vecinos convertidos en milicianos, designaron pro su voto a los oficiales. Los oficiales eligieron, a su turno, a los jefes. Un espíritu tan hondamente republicano como el del deán Funes, observó con acierto en su “Ensayo”: “De esa manera fue posible tener como soldados rasos a hombres acaudalados bajo las órdenes de un pobre labrador, y ver al negro valiente en la misma fila luchando codo a codo con su amo”. Habían desaparecido, pues, las diferencias sociales y raciales, igualdad sobre cuyas bases se constituirá más tarde la nación. Se establecieron las necesarias jerarquías, pero no de acuerdo con el linaje o la fortuna, sino teniendo en cuenta las aptitudes personales. Es así como un abogado, Secretario perpetuo del Consulado entre la oficialidad. Llegará a ser uno de los grandes generales de la epopeya emancipadora. Su nombre: Manuel Belgrano.

 

Las victorias de las armas porteñas, junto a las cuales luchan con denuedo los regimientos formados por naturales de las diversas regiones de España, combatieron con bravura en todos los frentes, sus lanceros ya sin municiones rompieron las filas inglesas a punta de bayoneta evacuando a las tropas que habían quedado atrapadas y lograron la rendición de los ingleses, decidieron la voluntad de independencia de quienes empiezan a sentir el legítimo orgullo de llamarse argentinos. Así los nombra Vicente López y Planes en su poema y los reconocen las autoridades capitulares de Santiago de Chile. No tarda en manifestarse el ánimo de soberanía popular que alienta en el país.

 

La ocasión llega el 1° de enero de 1809, cuando el partido, inconfundible en sus tendencias, de los realistas, logra arrancar de Santiago de Liniers su renuncia. En los cuarteles vigila la nueva nacionalidad, aún en embrión, pero ya con vida. Al frente de los Patricios, Cornelio Saavedra marcha sobre la Plaza Mayor (hoy Plaza de Mayo) para frustrar el golpe reaccionario del Cabildo. Lo consigue. Es ahora un jefe militar indiscutible el que tres años antes vivía consagrado al comercio.

 

En los sucesos de Mayo, la influencia del Ejército resultó decisiva. Exigiendo el pueblo la convocatoria de un Cabildo abierto, a fin de que aquél deliberase y resolviera sobre su destino, no tardó el virrey Cisneros en apelar al apoyo de las fuerzas armadas. Reunió a los jefes en el Fuerte y a su exhortación respondió Saavedra, manifestándole que ante la realidad de que había caducado la autoridad de la cual emanaba el mandato virreinal, “el pueblo quiere reasumir sus derechos y conservarse por sí mismo”.

 

Unidos pueblo y Ejército… Así los vio el propio Cisneros y cuando, depuesto el virrey en la noche del 22, el Cabildo resolvió al día siguiente mantenerlo en el ejercicio del poder como presidente de una junta, o procurando ganarse la buena voluntad del Ejército mediante regalos a los oficiales y a la tropa, las fuerzas armadas, no fueron insensibles al clamor popular de la protesta.

 

La solución, ambigua, no satisfacía al pueblo que en la mañana del 25 se reunió en la Plaza Mayor para obtener un corte decisivo.

 

Triunfó el pueblo, triunfó la patria. Triunfó el Ejército, parte indivisible del pueblo, que, alerta aguardaba por si su intervención resultaba necesaria.

 

-          “¿Dónde está el pueblo?”, preguntó el síndico Leiva, asomándose al balcón del Cabildo.

-          “El pueblo en cuyo nombre hablamos, está armado en los cuarteles y una gran parte del vecindario espera en otros sitios la voz de alarma para venir aquí”, le respondió Beruti.

 

El pueblo salvaba con sus armas la revolución democrática.

Sería interesante volver a los clásicos, releer la historia, el legado y ejemplo de nuestros Patriotas y, por supuesto, la Carta Magna para retomar el pensamiento de Alberdi como punto de partida y encarrilar nuevamente a la Argentina. Independencia y Libertad -palabras, valores inseparables- llamará el futuro vencedor de Salta y Tucumán a sus baterías de Rosario. Independencia y Libertad, esto es, soberanía y democracia, fueron y son la luz de aquel día lluvioso en que nació el ciudadano.

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